Messaggio del Card. Ricardo Blázquez Pérez per il V Centenario di S. Filippo Neri

La Procura Generale trasmette con gioia e riconoscenza il messaggio di S.E.R. il Card. Ricardo Blázquez Pérez, cardinale titolare di S. Maria in Vallicella e arcivescovo di Valladolid, in occasione del V Centenario della nascita di San Filippo Neri (21 luglio 1515-2015).

EN LA ESCUELA DE SAN FELIPE NERI
 

Rvdmo. P. Procurador General y Confederación del Oratorio, respetado párroco, colaboradores y fieles, reciban mi saludo cordial y afecto en el Señor.
 

Ha sido motivo de particular satisfacción para mí que el Papa Francisco me haya asignado Santa María in Vallicella como iglesia titular en el Consistorio de creación de cardenales, celebrado el día 14 de febrero. Me era conocida por haberla visitado en repetidas ocasiones durante los años de estudios de Teología en Roma, donde residí primero en el Colegio Español con sede en el Palazzo Altemps, Vía Sant’ Apollinare; y posteriormente en el Centro de Estudios anejo a la Iglesia Nacional Española de Santa María de Montserrat, situado en Vía Giulia. El motivo de mi alegría no era solo el conocimiento previo y la admiración de la belleza y grandiosidad del templo de la Chiesa Nuova, sino particularmente porque en ella está enterrado San Felipe Neri.
 

Yo nací en Ávila (España), y allí recibí la ordenación presbiteral el día 18 de febrero de 1967; Ávila es consiguientemente mi Diócesis de origen. Por motivos pastorales, he debido vivir en otras ciudades (Salamanca, Santiago de Compostela, Palencia, Bilbao y Valladolid); pero la querencia de los orígenes abulenses me ha acompañado siempre; mi experiencia es que este recuerdo no languidece con el paso del tiempo sino que permanece vivo e incluso se acrecienta. Por ello, en el escudo cardenalicio colocado en la fachada de vuestra iglesia, aparece parte del lienzo norte de la muralla de Ávila con la espadaña de la antigua iglesia del Carmen Calzado, que es una imagen identificadora de la ciudad de Ávila. 
Quien dice Ávila dice Santa Teresa de Jesús, como quien dice Asís piensa ante todo en San Francisco. La relación con Santa Teresa forma parte de mi vida desde los primeros años. Con el tiempo la lectura de sus escritos y el trato con las Carmelitas Descalzas y los Carmelitas reformados por ella han nutrido mi gratitud y devoción a la Santa, como decimos los abulenses. 
 

Motivo de mi especial satisfacción por el título de Santa María in Vallicella recibido al ser creado cardenal es porque se unen en mi espíritu de manera entrañable los eminentes santos de la Iglesia, Felipe Neri y Teresa de Jesús. Los dos nacieron el mismo año, el año 1515, San Felipe Neri en Firenze el día 21 de julio, y Santa Teresa el día 28 de marzo en Ávila; ambos fueron canonizados el día 12 de marzo de 1622. En el V Centenario de su nacimiento me acojo a la intercesión de los dos santos para que me ayuden a cumplir la nueva misión que el Papa me ha confiado. Al ser incardinado en la Iglesia de Roma con la designación de cardenal, que agradezco hondamente al Papa Francisco, me alegro del singular hermanamiento en mi vida de estos dos santos, don egregio de Dios a la Iglesia y a la humanidad. Agradezco al Señor la gracia de pertenecer con todos vosotros a la misma parroquia.
 

Permitidme que como hermano en la pertenencia eclesial y en la devoción a nuestro Santo os dirija estas reflexiones pastorales inspiradas en la liturgia de su Fiesta, que celebramos también todos los años en la Iglesia a él dedicada los numerosos sacerdotes de Valladolid pertenecientes a la Venerable Congregación de San Felipe Neri.
 

En las oraciones de la Eucaristía, a saber en la oración colecta, en la oración sobre las ofrendas y en la oración después de la comunión, se recuerdan tres rasgos salientes de su fisonomía espiritual y apostólica. En la colecta pedimos a Dios que el Espíritu Santo nos inflame con el fuego que penetró admirablemente el corazón de San Felipe. En la segunda oración suplicamos al Señor que a ejemplo de San Felipe sirvamos siempre alegres a Dios y al prójimo. Y en la tercera oración litúrgica ormaos que imitando a San Felipe deseemos el alimento que otorga la vida verdadera. Con la bella sobriedad y la rica concisión características de la Liturgia romana, se condensa el perfil apostólico y ministerial de San Felipe. Los que conocen bien su largo itinerario, que comenzó en 1515 y llegó a la meta el día 26 de mayo de 1595 en Roma, pueden garantizar lo acertado de los tres aspectos. Deseo compartir con vosotros, queridos amigos, una palabra sobre cada uno de ellos.
 

1) A San Felipe Neri se le llamó “Apóstol de Roma”. Durante algunos años como laico y más tarde como presbítero, fue evangelizador incansable, mensajero del Evangelio con palabras y obras, con la cercanía bondadosa a los pobres y peregrinos y con su vida entera. El ardor apostólico le quemaba interiormente. 
 

En visión mística, mientras oraba en las catacumbas de San Sebastián el año 1544, él mismo fue testigo de cómo el fuego del Espíritu Santo entraba en su pecho. La efusión del Espíritu Santo encendió en Felipe un celo apostólico incontenible que impulsó toda su vida. No fue simplemente alguien que daba lecciones, que instruía a los ignorantes, que repetía lo aprendido, que desempeñaba con competencia el encargo encomendado. La fuente de su dinamismo apostólico era el Espíritu derramado en corazón. El Espíritu Santo actúa en la palabra y la predicación, en la escucha y acogida fiel. El Espíritu prometido por Jesús y derramado en Pentecostés es el protagonista escondido en la misión evangelizadora (cf. Lc. 4, 18 ss.; 12, 11-12; Jn. 14, 16. 26; 15, 26; 16, 13; Act. 1, 8; 2, 1 ss; 4, 8 ss.; 8, 8, 10, 44; 16, 14). Sin la fuerza del Espíritu las palabras del mensajero quedan impotentes.

Sin el Espíritu Santo la predicación sería publicidad y propaganda. No tiene la capacidad de tocar el corazón y encender la llama de la fe, de alentarla o fortalecerla en el creyente. Sin el poder del Espíritu Santo el heraldo del Evangelio es fácilmente víctima de sus miedos para afrontar la tarea, y es incapaz de interpelar a los oyentes. Se advierte fácilmente cuándo el apóstol pone el corazón en las palabras, y cómo éstas son ungidas por el Espíritu, y cuándo actuando como maestro se apoya en su sabiduría y en sus habilidades. Ante el Espíritu que habla en el apóstol todos nos sentimos concernidos, necesitamos pasar a otro registro y sintonizar con otra onda. El Señor envió a sus discípulos para que como apóstoles proclamaran el Evangelio. El apóstol no es un espontáneo sino un enviado por el Señor. El Espíritu Santo hace a los seguidores del Señor sus testigos en cada lugar, en cada tiempo, en cada generación.
 

El Espíritu Santo no sólo actúa en el evangelizador enviado sino también en el oyente para que abra el corazón a la Palabra. De esta forma las palabras no rozan sólo los oídos sino que llaman eficazmente a las puertas del corazón. Las palabras transmiten la Palabra. El Espíritu Santo recuerda vitalmente el Evangelio, ilumina e interioriza la Palabra a cada persona, y ésta puede recibirla vitalmente, asimilarla y hacerla propia. El Espíritu Santo actualiza lo que Jesús dijo e hizo y nos mueve a la profesión de la fe en el Señor. Sin El no podemos decir “Jesús es el Señor” (cf. 1 Cor, 12, 3). La fe es lámpara para el camino de cada persona que la ha recibido. Con la luz de la fe irá descubriendo también cada cristiano la vocación peculiar que, dentro de la común llamada a la fe, a la conversión y al bautismo, constituirá la genuina vía de su realización humana y cristiana.
 

2) A San Felipe se llamó “el Santo de la alegría”; su sencillez sin artificio y su sereno gozo en el Señor fructificaron en una pedagogía alegre y jovial. Con su espontaneidad evangélicamente transparente denunciaba y combatía las complicaciones artificialmente creadas en la Iglesia y en la sociedad. En él brilló el Evangelio como Buena Noticia para numerosos hombres y mujeres apesadumbrados por la tristeza; también contribuyó a que muchas personas conquistaran su libertad. El Evangelio gozosamente transmitido por San Felipe tocaba el corazón desesperanzado y abría un horizonte luminoso.
 

¿De qué alegría se trata? El cristiano está alegre porque Dios está cerca y lo visita (cf. Fil. 4, 4-5); no por inconsciencia ante el sufrimiento existente, ni porque lo emprendido por él le salga según sus proyectos. Es compatible la alegría en el Señor y la cruz (cf. 1 Ped. 1, 6; 4, 13-14). Como nuestra vida cristiana está marcada por la Pascua de Jesús crucificado y resucitado, la cruz es gloriosa.
 

En el Oficio de las Horas para la memoria litúrgica de San Felipe Neri la Iglesia nos ofrece una lectura de San Agustín. Amplía a la alegría lo que el Evangelio dice a propósito de Dios. “Del mismo modo que un hombre no puede servir a dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor”. No podemos servir a dos señores, a Dios y al dinero (Mt. 6, 24). No podemos degustar al mismo tiempo la alegría que nace de la proximidad del Señor y la alegría que procede de la vida según los principios del mundo. Santa Teresa de Jesús durante algún tiempo padeció esta tensión: La insatisfacción, la vaciedad y la fatiga la acompañaron hasta que con la intervención providencial del Señor rompió con la vida engañosa que la defraudaba y se convirtió decididamente a Dios. “Por tanto, hermanos, nos dice San Agustín, estad alegres en el Señor, no en el mundo; es decir, alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos con la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad”.
 

Dios no es triste; y por ello podemos afirmar con Santa Teresa que “un santo triste es un triste santo”; la seriedad en el seguimiento de Jesús no genera tristeza ni encogimiento de la vida. Un siervo de Dios debería estar siempre alegre, repetía San Felipe.
Jesús es el Evangelio en persona y el primer Evangelizador; por eso, alejarse de El entristece (cf. Mt. 19, 21-22). En cambio, con El nace y renace siempre la alegría. Jesús con su palabra y su vida entera es la Buena y Alegre Noticia de Dios; nos dice: El nos ama, no estamos dejados de su mano, no caminamos abandonados por la vida. A Dios no le somos indiferentes. Nos ama de manera insospechada. Por eso, la fe en Jesucristo y la acogida del Evangelio es fuente de alegría en el corazón y la vida. El que cree no está solo, ya que comunica filialmente con Dios Padre y entra en la fraternidad de la fe. Y, porque el Evangelio en sí mismo es gozo y su irradiación siembra alegría, la Iglesia y cada uno de sus miembros estamos llamados a ser evangelizadores. De evangelizados debemos pasar incesantemente a evangelizadores, y viceversa. La bondad y la alegría son difusivas; no pueden quedar encerradas egoístamente en el ámbito de la vida de los fieles. Podemos responder cuando nos pregunten: ¿Hay noticias de Dios? Sí, hay noticias y éstas son buenas. ¿De qué manera podemos mostrar en nuestro mundo que no es lo mismo creer en Dios que no creer; que al hombre le viene muy bien contar con Dios y que la humanidad si se desentiende de Dios se desorienta?. Los creyentes debemos mostrar que una conducta guiada por principios éticos, humanos y cristianos, alumbrados en el reconocimiento de Dios, es inmensamente benéfica para la vida personal, familiar y social.
 

Felipe Neri fue para muchos chicos vagabundos por las calles, como perdidos y sin futuro, amigo verdadero, apoyo sólido, luz que ilumina las tinieblas. Fue para ellos ministro de la alegría, porque en él resplandecía el Evangelio. Se hizo “sabiamente niño con los niños”.
 

3) La vida verdadera mana de fuentes claras y es nutrida con alimento verdadero. El apóstol está llamado a desenmascarar los subterfugios que el hombre se crea y a descubrirle sus engaños. De la calle fueron pasando muchos al oratorio, de una escuela degradante a otra escuela humanizadora y evangelizadora. Felipe era comprensivo con las fragilidades de sus muchachos (“sed buenos si podéis”) y con el ritmo lento de su regeneración. Tenía confianza en las personas, porque el Dios bueno estaba cerca de ellas.
En un ambiente sereno, convivente, abierto y enriquecedor, tratados con amor y verdad, esos muchachos fueron descubriendo lo que podía sostener auténticamente su vida.
 

San Felipe Neri daba el Pan de la vida en el pan cotidiano. Repartió generosamente el pan que tiene la capacidad de alimentar verdaderamente al hombre, ahora y para siempre. “¡Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?” (Is. 55, 2). “Solo Dios sacia” (Sto. Tomás de Aquino). “Solo Dios basta” (Sta. Teresa de Jesús). “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, pues a este lo ha sellado el Padre Dios” (Jn. 6, 27). “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed” (Jn. 4, 13-14). “El que quiere otra cosa que a Cristo, no sabe lo que quiere; el que busca otra cosa que a Cristo, no sabe lo que busca” (Felipe Neri).
Para él todo está unido y concatenado: El pan de cada día repara nuestro cuerpo; pan es también la amistad; la verdad y la sabiduría nutren la inteligencia; el amor fraternal alimenta el corazón y nos abre a Dios Amor. El reconocimiento de la dignidad del hombre empieza con la cercanía personal a su situación concreta y poco a poco se le abre a un horizonte de esperanza de regeneración humana y de comunión con Dios Padre de todos.
 

Queridos amigos, os manifiesto mi afecto a través de estas líneas. Pronto, Dios mediante, tendré la oportunidad de saludaros personalmente.
 

Mons. Ricardo Blázquez Pérez
Card. Arzobispo de Valladolid
Valladolid, 8 de junio de 2015